Carta abierta
Comer bien cuando parece imposible

Comer bien es fácil… hasta que deja de serlo.
Hasta que te dan un diagnóstico.
Hasta que el cuerpo no responde como antes.
Hasta que el simple hecho de sentarte a comer se convierte en un reto.
Cuando todo cambia —un tratamiento, un síntoma persistente, una etapa de cansancio profundo—, la alimentación deja de ser una rutina automática. Se convierte en una carga, una incógnita, a veces incluso una fuente de ansiedad.
¿Qué puedo comer?
¿Por qué lo que antes me sentaba bien ahora me da náuseas?
¿Y si estoy haciendo algo mal sin saberlo?
Lo veo cada día en consulta.
Personas que han probado muchas cosas. Que llegan con miedo, frustración o simplemente agotadas. No porque les falte fuerza de voluntad, sino porque lo que han escuchado sobre nutrición no encaja con lo que están viviendo.
Por eso trabajo de otra manera.
Aquí no vas a encontrar una “dieta ideal” ni listas universales de alimentos permitidos y prohibidos.
Tampoco una mirada que ignore el contexto, los efectos secundarios, la fatiga o el miedo.
Trabajo desde la ciencia, sí. Pero también desde la realidad de tu día a día.
Desde tu cuerpo, tu apetito, tus emociones. Desde lo que te está pasando ahora, no desde lo que se supone que deberías hacer.
¿Cuál es el objetivo?
Dependerá de ti.
A veces será mantener la composición corporal durante un tratamiento.
Otras, aliviar síntomas digestivos o recuperar el apetito.
A veces, simplemente volver a sentir que tienes algo de control.
Todo eso es válido. Todo eso tiene cabida.
Y si no sabes por dónde empezar, no pasa nada.
Por eso ofrezco una primera toma de contacto gratuita: un espacio breve, sin compromiso, para que me cuentes tu situación y podamos ver si este camino tiene sentido para ti.
Aquí no hay exigencias ni perfección.
Hay acompañamiento real. Y compromiso con lo posible
Porque comer bien, cuando parece imposible, no debería ser una carga más.